martes, 23 de noviembre de 2010

Tened el honor de conocer a: El hombre más feliz del mundo

Hoy, después de un día sin desperdicio, me encuentro por la calle con el hombre más feliz del mundo. Hoy se alegraba especialmente de verme y me preguntó si tenía prisa, y aunque quería llegar a casa cuanto antes, por cortesía social inculcada dije que no.
Volvemos a lo mismo, a nuestra guerra particular, o incluso la mía propia. Soy el hombre más feliz del mundo, me dice.
Mi respuesta (irónica): Ya. Le pido que me hable de su secreto o del motivo de su felicidad, como siempre. Tiene todo lo que necesita, una familia que le quiere y con la que puede contar (aunque no la vea mucho), un sueldo bastante más elevado que el mío, dos trabajos que le encantan, flexibilidad laboral, muchos amigos, amigas, hijos, valores, sus mascotas, un techo, se siente sin ataduras, dueño de si mismo, se siente libre.
No podemos ser felices todo el tiempo. Razono todo tipo de respuestas con él y en una vena psicológica le hablo de mecanismos de defensa, de emociones y sentimientos descubiertos y encubiertos, entre otras cosas. Le comparo  la vida con una de montaña rusa, a veces estamos arriba, otras abajo, vamos de lado o incluso del revés. No vamos siempre hacia arriba. ¡Qué le voy a contar yo que no haya vivido!
Insiste, soy el hombre más feliz del mundo.
Como siempre que hablamos me voy con una coctelera de sentimientos para casa. El hombre más feliz del mundo vive en la calle. Se dedica a pedir todo el día en la puerta de un establecimiento. Da igual que lleva o haga sol, es fiel a su trabajo. Por la noche sigue trabajando cuidando de un señor mayor por lo que temporalmente tiene donde dormir (pero no le preocupa especialmente), su familia no la ve, ni le felicitan las navidades ni un cumpleaños pero insiste en que si los necesita puede contar con ellos, sus amigos/as son todos los que le ofrecen hospitalidad, sus hijos y mascotas son los nuestros, sus valores son su orgullo y lo que un día fueron las ataduras de vivir integrado o adaptado socialmente casi le cuestan la vida, sin embargo en la calle renace cada día.
Algo tendrá que ver con el talento cuando es capaz de capturar todo lo positivo que le rodea en la vida, transmitir ilusión y optimismo (hoy llevaba un gorro de navidad como todos los años en estas fechas), buscar un modo de subsistencia teniendo por lema no hacer daño ni robar, compartir lo que tiene y lo que sabe. Algo tendrá que ver con talento cuando es capaz de quedarse sólo con lo maravilloso de las personas y de la sociedad en que vivimos.
 El mundo del revés. Lo más curioso de todo es que teniendo los medios para cambiar de vida y conociendo las dos realidades (riqueza-pobreza), prefiere quedarse sin dudarlo donde está.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El trabajo ¿Tiene sentido?

Muchas veces nos preguntamos si el trabajo tiene un sentido en la persona. Hay gente que afirma que podría vivir sin trabajar (siempre y cuando tuvieran dinero, claro), mientras que hay otros que defienden que trabajar va más allá de ganar dinero.
 
Pongámonos a pensar! ¿Qué nos aporta el trabajo? Por supuesto dinero, y con ello poder permitirnos poseer o adquirir cosas, además de autonomía e independencia (aunque con el mil eurismo, esto no está totalmente garantizado), un orden y estructura, un sentido de pertenencia a “algo”. Estas son cosas muy valoradas en nuestra sociedad, aunque pensándolo mejor, todo esto ¿no podríamos conseguirlo solamente con la primera, el dinero? Es decir, con dinero puedo independizarme, organizar mi vida (por la mañana gimnasio y sesión de belleza, por la tarde clase de pintura), además puedo sentir que pertenezco a mi club de ajedrez.
 
Volvemos al punto de partida. Entonces ¿trabajar no tiene un sentido real? Si vamos a la parte más humana de la persona llegamos a la auto-realización, esa palabra infinita. Eso que está ahí, que llegado un momento de nuestra vida, cuando nuestras necesidades primarias se ven cubiertas, necesitamos alcanzar y nunca terminamos de lograrlo. ¿Puede el trabajo ayudarnos en este sentido?
 
Volvamos a pensar que nos aporta el trabajo en esa parte más personal y humana. Nos enseña a escuchar (o bien, nos obliga a callarnos en algunos momentos), a negociar, dialogar, ceder, a que no podamos llevar siempre la razón (aunque a veces la tengamos), a gestionar nuestra rabia (en general a controlar y dominar nuestros sentimientos), nos obliga a aprender a decir las cosas de otra manera (y no como dictan las entrañas), nos llena de responsabilidad y tenemos que aprender a trabajar tanto solos como coordinarnos con un equipo.
 
Por otro lado, en otros momentos llegamos a experimentar lo que es sentirnos “capaces de”, sentir como nos superamos  y evolucionamos (sobre todo si miramos atrás), o valorar (o que incluso nos valoren) nuestros méritos “de eso has sido capaz tú”, escuchar un “felicidades” o “enhorabuena”, levantarnos ante las dificultades y llegar a saber que si quiero, puedo. Esto influye en nuestra autoestima y va moldeando la percepción que tenemos de nosotros mismos. En estos momentos de éxito laboral es cuando utilizamos el dinero para salir a cenar y celebrarlo con nuestra familia y amigos.
 
Pues bien, llegar a desarrollar esas capacidades, encontrar el equilibrio entre los buenos y los malos momentos laborales, aprender de lo “negativo” y saborear lo “positivo” es todo un aprendizaje de la vida. Este aprendizaje se va incorporando a nuestra personalidad y va formando parte de nosotros dando forma a nuestra madurez. Con ello no quiero decir que sólo nos formamos como personas a través del trabajo, ¿pero ayuda?